Lo cortan en pedazos pequeños para envasarlo mejor, lo convierten en bocados de luz a bajo precio, lo separan de su sueño y le muestran como crece la ciudad de los pudientes. Cada gota de su sangre decide murallas de sed insaciable. Lo ahogan en las aguas calientes del mercado, masturban su cadáver sobre una mesa bien lustrada por sapientes, le devuelven una vida así nomas y le piden que no cambie. Entra por la puerta de atrás a la violencia de los estados nacionales y alcanza el abrazo imperceptible de un altar: en su cara de cordero sin ojos resplandece el rimel del honor. Olfatea las ruinas de una fiesta y se acuesta sobre un cuerpo tumbadito de belleza justo cuando la máquina de olvidar el amor retira las copas, lustra los bronces y difunde una lengua original en las heridas.
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